Nuestra civilización moderna se enorgullece de sus avances tecnológicos y su dominio sobre la naturaleza. Sus avances son indudables.

Nuestra civilización tecnológica nació oprimiendo, excluyendo y explotando a sus propias mujeres y hombres, a sus trabajadoras y trabajadores. Empezó conquistando y exterminando otras civilizaciones. Apareció esclavizando continentes enteros.

Por eso es que nuestra civilización tecnológica nos ha entregado, junto a descubrimientos é invenciones maravillosas, revoluciones y movimientos de liberación nacional. Y un movimiento feminista mundial, complejo y plural, que exige la igualdad sustantiva de género.

El movimiento feminista logró que el 22 de Diciembre de 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamase el 11 de Febrero como Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia.

Ese mismo año de 2015, la comunidad internacional se propuso lograr 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible para poner fin a la pobreza, proteger nuestro planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de todas las personas. Esos objetivos forman la AGENDA 2030.

Sin embargo, la Agenda 2030 será imposible si no asegura la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas. De allí la necesidad de declarar que un día, el 11 de Febrero de cada año, sirviese como un faro en nuestro calendario para recordar la importancia de la mujer en nuestro trabajo científico.

Nuestro natural orgullo por los avances tecnológicos y el dominio que nos dan sobre la naturaleza, imaginemos ahora cómo serían las cosas si nuestra civilización no hubiese excluido a las mujeres.

Recordemos también el dolor que esa misoginia impuso por siglos a la mitad de la población de nuestro mundo, persiguiendo tanto a las sabias ancianas que preservaban el conocimiento de la herbolaria como a las mujeres de la aristocracia que se atrevían a sostener sus derechos. A todas ellas, los varones las llamamos “brujas” y “revoltosas”. Imaginemos cuánto habríamos avanzado en cuidar nuestra salud, en administrar mejor nuestra sociedad, si no las hubiésemos perseguido.

En estos siglos de lucha por la liberación de las mujeres, nuestra civilización ha debido recuperar sus raíces femeninas, redescubriendo los antiguos cultos de la Gran Diosa. Pero también hemos desenterrado las tradiciones femeninas de otras culturas, redescubriendo los portentosos atributos de nuestra madre Tonan Coatlicue y el poder originario de la diosa solar japonesa, Amaterasu.

Debemos aprovechar todo lo que ayude a recuperar la dignidad que el machismo ha arrebatado a la mujer. Los antiguos mitos nos señalan el esencial aporte femenino a la sabiduría. Nuestras mujeres reales, concretas, modernas, nos muestran con fiereza su importancia.

Es inevitable, que en el marco de estas celebraciones, no se me venga a la mente una mujer, científica, que dará un giro a la historia, colocando la lucha feminista en el cerebro de la conducción del país y dará un futuro posible más afortunado a las niñas que sueñen con ser científicas, escultoras, ingenieras, artistas, pintoras, médicas y también presidentas.

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