No hace falta hurgar mucho para dar con los síntomas de un mundo en constante agitación. Nuestro momento es definido por el retorno de la guerra en Europa y la intensificación de los conflictos en Medio Oriente. Respecto a esto último, el Papa Francisco nos ha invitado a sumarnos a exigir el respeto hacia la población civil en los conflictos armados y hacer valer el derecho internacional humanitario.

Lo anterior también guarda relación con las realidades de nuestra región: América Latina vive una crisis de derechos humanos que hermana a muchas de sus sociedades. La polarización económica y social, por otra parte, alienta la persistencia de autoritarismos y totalitarismos. Frente al cansancio que genera la violencia la paz es un anhelo compartido, sobre todo por quienes han cargado el peso de las violencias; México no es la excepción.

Por ello, tras más de un año de reflexión generada tras los asesinatos de mis hermanos jesuitas en Cerocahui, diversas instancias de la Iglesia católica convocaron a un “Diálogo Nacional por la Paz”. Finalmente, la semana pasada se dio a conocer la Agenda Nacional de Paz, que contiene los resultados de dicho encuentro.

Consideremos que los ciclos de violencia expresan y condicionan la calidad de las relaciones humanas. Ante el largo periodo de múltiples violencias presentes en nuestro país, corremos el riesgo de normalizar, pensar y vivir bajo un estado de sitio que nos aísla, nos enemista y destierra toda posibilidad de diálogo y de consecución de acuerdos. Se trata de un estado de cosas que genera torbellinos que arrasan con los mecanismos y dispositivos que en otros momentos han propiciado la convivencia. Frente a este panorama, el encuentro antes referido buscó acercarnos a la creación de respuestas que arrojen luz sobre nuestra realidad para transformarla.

Sabemos que decisiones gubernamentales tomadas a partir de 2006 sólo han contribuido a acrecentar la violencia. Desde entonces, no hay mandatario que escape a la responsabilidad de la así llamada “guerra” contra el narcotráfico. Aunque ya el nombre oculta hoy más de lo que revela. Sabemos que de enero a diciembre de 2022 se registraron poco más de 32 mil homicidios, o que el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas contabiliza cerca de 112 mil personas desaparecidas y no localizadas al 27 de septiembre de 2023.

Importa identificar los factores que impulsan la violencia, para contrarrestarlos. Importa también establecer mecanismos de sanción y no repetición. Pero no perdamos de vista que la exigencia primordial es alcanzar la paz; es decir, generar condiciones de vida, bienestar y convivencia que nos ayuden a salir del marasmo al que nos estamos acostumbrando. Si la forma de relacionarnos en la actualidad pasa por la experiencia de la violencia, entonces debemos reconocer que los espacios de discusión habituales, en lo académico y lo social, son profundamente inoperantes. Es decir, estamos desnudos teórica y discursivamente para enfrentar lo que sucede en el país.

El Diálogo por la Paz nos encamina a rendir los frutos esperados en el proceso de la búsqueda de paz. No es el único camino y no pretende convertirse, ni por error, en la respuesta definitiva. Pero sí hay que recalcar la importancia de una reunión como esta, en la que se han encontrado perspectivas y grupos diversos. El diálogo no se cierra, por el contrario; se enriquece y encuentra nuevos campos de acción.

Tenemos que buscar una paz, aunque sea imperfecta. Una paz que se construya mediante la escucha de las víctimas y perpetradores, que busque la reconciliación y no la perpetuación del conflicto. Este camino se ha recorrido en otros lugares del mundo que han tenido que abrir los ojos ante el horror que han padecido. Si queremos superar la antropofagia social del presente no debemos perder el rumbo hacia la pacificación, por precario o inestable que este estado social sea. Estamos lejos de la paz, pero si no pensamos en la ruta a trazar, difícilmente alcanzaremos el destino.

El posible punto de partida para lograr esta paz (imperfecta) requiere del estudio riguroso de las realidades sociales y de las múltiples afecciones que la violencia causa en la sociedad. Sin perder de vista que los esfuerzos de reflexión social van siempre detrás de la realidad y su desenvolvimiento; ante los acontecimientos sucede un trabajo de asimilación y traducción a posteriori. Si cometemos yerros, esto no quiere decir que nuestros esfuerzos fueron inútiles. El fracaso también trae frutos y, por lo menos, nos permite agotar los caminos equivocados.

Frente a la urgencia de las víctimas, es necesario plantearnos preguntas y cambiar los marcos de comprensión que nos dan comodidad pero que ya no explican la realidad. Es hora de incidir con acciones concretas en el Estado y sus instituciones porque ahí se juega parte importante de la construcción de la realidad social. Si no actuamos enérgicamente por la construcción de un Estado otro nos quedaremos con un leviatán hambriento, más que con un facilitador de la paz.

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