El pasado 4 de octubre, el papa Francisco publicó la exhortación apostólica Laudate Deum, en la que hace un llamado a la acción global inmediata para hacer frente a los impactos del cambio climático. Ocho años después de la publicación de Laudato si’, el papa insiste en que su preocupación por la casa común va más allá de un planteo meramente ecológico: estamos ante un problema social que se relaciona con la dignidad de la vida humana.

El documento papal retoma, sin caer en especulaciones apocalípticas, los datos más confiables elaborados por diversas comunidades científicas. Cita los hallazgos del Panel intergubernamental de expertos sobre el cambio climático, sobre todo, sus afirmaciones más probables. Con base en esos elementos especifica que el cambio climático que nos ocupa es el que tiene su origen en la actividad humana, cuyo ritmo frenético data del año 1750.

La vinculación de este cambio con la modernidad occidental da pie al planteamiento de Francisco sobre las raíces tecnocráticas de este fenómeno. Más allá de lo dicho en Laudato si’, el papa afirma que hay avances propiciados por la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías que dotan de un desarrollo monstruoso al paradigma tecnocrático. Urge, dice, repensar la cuestión del poder humano, su uso y sus límites. Lo cual no significa la anulación del ser humano, sino su integración en un nuevo paradigma que nos devuelva a una relación armónica con el mundo en que interactuamos.

Ante estas orientaciones, la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (AUSJAL), publicó un en donde se compromete a diversas acciones, entre las cuales destaco la inclusión y la asignación de recursos financieros a la sustentabilidad en sus planes estratégicos; la implantación de la ética socioambiental como uno de los ejes vertebrales de los planes de estudio; la promoción de la investigación en temas de responsabilidad medioambiental; el mejoramiento en la gestión de residuos y la promoción de la movilidad sustentable. Dichos esfuerzos, son fruto del anhelo de superación del paradigma tecnocrático que persigue un crecimiento infinito e ilimitado. Esto nos obliga a profundizar críticamente nuestra forma de investigar, así como a transformar nuestras prácticas.

Gracias a su vocación dialogante, crítica y plural, la Universidad es un espacio privilegiado para impulsar estas transformaciones. Pese a sus condicionamientos y limitaciones, las comunidades académicas y estudiantiles tienen la oportunidad de estudiar y proponer nuevas formas de comprensión y relación, así como una crítica constante de los ejercicios de poder.

Laudate Deum es un llamado a producir cambios sustanciales. Estos no deben quedar reducidos al ámbito individual ni a la generación de actitudes amigables con la naturaleza. Implica, en primer lugar, la adopción pronta de acciones internacionales y, de ser posible, la generación de formas efectivas e incluyentes de gobernanza mundial. Para lograrlo es necesaria la presión política de todas las personas, por encima de la corporativización tecnocrática. En esta tarea autocrítica y transformadora, la Universidad tiene un papel clave en la creación de redes y comunidades interdependientes y religadas. Más allá de su misión educativa y académica, la Universidad tiene —hoy más que nunca— la obligación moral de impulsar buenas decisiones públicas.

Rector de la Universidad Iberoamericana

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