El gobierno de AMLO se “autoencumbró” soberbiamente a la altura de las gestas históricas más importantes de México: independencia, reforma y revolución; fue un desfiguro destructor, muchas de sus tareas un disparate histriónico, otras, una tragedia histórica por su mediocridad. Le llegó el juicio de la historia, ésta será inclemente por tanta sangre, dolor y muerte.

Hidalgo nos independizó de los de afuera, con AMLO dependemos más del extranjero en tecnologías de energía (¿explotamos soberanamente litio?), en telecomunicaciones (¿el jefe del Estado mexicano lloriquea con YouTube?) y en salud, (¿ya exportamos la vacuna mexicana anticovid?). Madero luchó por un “sufragio efectivo”, AMLO quería despanzurrar al INE.

Pero donde se “voló la barda” el obradorismo es compararse con Benito Juárez. Embuste. El culto a su persona es similar al de Antonio López de Santa Anna, donde los libros de narcisismo biográfico de AMLO, y las mismas mañaneras (con frecuentes propagandistas disfrazados de periodistas), equivalen a los monumentos que Santa Anna se autolevantó. AMLO soliviantó el nacionalismo al exigir a España y el Vaticano, pedir perdón por la conquista. Igual Santa Anna con sus arengas de la imposible reconquista de Texas. Uno de los verbos que identificaron al santanismo fue “centralizar” contra “federalizar”. La inversión, educación, salud y seguridad se centralizaron brutalmente en Palacio Nacional, peor que con el caudillo, que muchas veces despachaba desde su rancho El Encero en Veracruz.

Santa Anna también se enfrentó, ignoró y hasta disolvió el Congreso. AMLO sólo se reunió con el Congreso el día de su toma de posesión, ha despachado más de cincuenta veces al embajador estadounidense, mientras despreció al líder de los senadores de Morena. Cuando Santa Anna se consolidó en el poder, hubo censura, multas y persecución a editores e impresores. Cerraron periódicos como El Cosmopolita, Restaurador, El Voto Nacional. ¿No calumnia AMLO hoy, entre otros a Ciro Gómez Leyva o a Carlos Loret?

Pero, quizá, donde fueron iguales y traicionó claramente a Benito Juárez, fue en el militarismo. Ambos fortalecieron al ejército regular y redujeron las milicias cívicas. Su ideología militar soportó a sus gobiernos; buscaban, desde las armas, trascender los pleitos partidistas o parlamentarios, como afirma su biógrafo Will Fowler, de donde obtengo varios datos aquí mencionados. El fuero militar (y el eclesiástico) era sagrado, como hoy. Santa Anna entregó el territorio mexicano a los norteamericanos, AMLO muchas regiones del país a los criminales. AMLO capituló con la delincuencia. Juárez jamás se hubiera doblado.

La historia de buenos (transformadores) y malos (conservadores) le encanta a López Obrador. Esa historia que tiene a Santa Anna en un infierno histórico, pronto le llegará a AMLO. Su “hazaña de izquierda” es tan postiza como la pierna izquierda de Antonio López de Santa Anna.

AMLO sueña con que un día, cuando salga del poder, todos los grupos políticos en peregrinación vayan a su rancho en Palenque, para que regrese a la presidencia, como fueron unos mexicanos ingenuos por Santa Anna a Turbaco, Colombia. Viene el juicio de la historia para AMLO. Allí no amedrentará a jueces; ni el tribunal será a modo o de consigna.

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